El que tiene oidos, oiga: El Papel de Israel en las Profecías del Antiguo Testamento

martes, 25 de agosto de 2009

El Papel de Israel en las Profecías del Antiguo Testamento

I. Introducción
Pocos pasajes bíblicos son tan comúnmente mal entendidos, o tal vez interpretados en formas tan dispares, como los que contienen las promesas divinas formuladas por medio de los profetas del antiguo Israel. Es un hecho histórico innegable que hasta hoy la mayor parte de estas predicciones no se ha cumplido. A fin de explicar este aparente enigma, los comentadores de la Biblia han propuesto diversas explicaciones:
1. La escuela modernista de interpretación bíblica niega totalmente la posibilidad de una profecía que se proyecte hacia el futuro, y afirma que las "predicciones" fueron escritas después de haberse realizado lo que se había "predicho", o que tales "predicciones" sólo reflejaban las esperanzas que el profeta y su pueblo acariciaban para el futuro.
2. La escuela futurista de interpretación bíblica afirma que muchas de las promesas de restauración y liderazgo mundial que le fueron formuladas al antiguo Israel, están aún por cumplirse en relación con el establecimiento del Estado moderno de Israel.
3. El movimiento anglo-israelita enseña que los pueblos anglosajones son los descendientes de las así llamadas "tribus perdidas" del reino del norte, y que las promesas se cumplirán en buena medida en favor de sus descendientes actuales.
4. Una escuela menos definida basa su interpretación de las partes proféticas del AT en la teoría de que el profeta, si bien presentaba mensajes a la gente de su época, 28 también a veces se trasladaba a un futuro distante, de modo que muchas de sus predicciones no se aplicaban en absoluto al pueblo literal de Israel, sino que eran exclusivamente para el Israel espiritual o sea la iglesia de hoy. Siguiendo esta interpretación, algunos han llegado al extremo de proponer una migración cristiana a Palestina.
5. Por lo general, los adventistas del séptimo día creen que las promesas y las predicciones dadas por medio de los profetas del AT originalmente se aplicaron al pueblo de Israel literal, y que éste habría visto su cumplimiento si hubiera obedecido a Dios y le hubiera sido leal. Pero las Escrituras, en cambio, registran el hecho de que Israel desobedeció a Dios y le fue desleal. Por lo tanto, lo que Dios se había propuesto hacer en favor del mundo por medio del antiguo Israel finalmente lo realizará por medio de la iglesia que tiene en el mundo hoy, y muchas de las promesas que originalmente fueron dadas al Israel literal se cumplirán en su pueblo remanente al final del tiempo.

II. Israel como pueblo escogido de Dios
1. Al llamar a Abrahán, Dios puso en operación un plan definido para que el Mesías viniera al mundo y para presentar la invitación evangélica a todos los hombres (Gén. 12:1-3; PP 117; PR 273). Dios encontró en Abrahán a un hombre dispuesto a obedecer sin reservas la voluntad divina (Gén. 26: 5; Heb. 11: 8) y a cultivar en su descendencia un espíritu similar (Gén. 18: 19). Por eso, de un modo especial, Abrahán llegó a ser "amigo de Dios" (Sant. 2: 23) y "padre de todos los creyentes" (Rom. 4: 11). Dios hizo con él un solemne pacto (Gén. 15: 18; 17: 2-7), y su descendencia, el pueblo de Israel, heredó el sagrado privilegio de ser el representante escogido por Dios en la tierra (Heb. 11: 9; PP 117) para salvar a toda la raza humana. La salvación vendría "de los judíos", pues el Mesías sería judío (Juan 4: 22), y vendría por medio de los judíos, pues ellos serían los mensajeros de salvación a todo el género humano (Gén. 12: 2-3; 22: 18; Isa. 42: 1, 6; 43: 10; Gál. 3: 8, 16, 18; PVGM 228).
Dios celebró en el monte Sinaí un pacto con Israel como nación (Exo. 19: 1-8; 24: 3-8; Deut. 7: 6-14; PP 310; DTG 56-57). Las bases del pacto y sus propósitos finales eran los mismos que los del pacto con Abrahán. El pueblo voluntariamente aceptó 29 a Dios como su soberano, con lo cual la nación se transformó en una teocracia (PP 397, 653). El santuario se convirtió en la morada de Dios entre ellos (Exo. 25: 8); sus sacerdotes fueron consagrados para ministrar delante de él (Heb. 5: 1; 8: 3); sus servicios proporcionaron una lección objetiva del plan de salvación, y simbolizaron la venida del Mesías (1 Cor. 5: 7; Col. 2: 16-17; Heb. 9: 1-10; 10: 1-12). El pueblo podía acercarse a Dios personalmente y por medio del ministerio de un sacerdocio mediador que los representaba ante Dios. Dios dirigiría a la nación mediante el ministerio de los profetas, sus representantes designados. Estos "santos hombres de Dios" (2 Ped. 1: 21), de generación en generación instaron a Israel a arrepentirse y a practicar la justicia, y mantuvieron viva la esperanza mesiánica. Por orden divina, se conservaron siglo tras siglo los sagrados escritos, e Israel llegó a ser custodio de esos oráculos (Amós 3: 7; Rom. 3: 1-2; cf. PP 118).
El establecimiento de la monarquía hebrea no afectó los principios básicos de la teocracia (Deut. 17: 14-20; 1 Sam. 8: 7; PP 653). El Estado todavía había de administrarse en el nombre de Dios y por su autoridad. Aun durante el cautiverio, y más tarde bajo el dominio extranjero, Israel siguió siendo en teoría una teocracia, si bien en la práctica no lo fue plenamente. Sólo cuando sus dirigentes formalmente rechazaron al Mesías y declararon ante Pilato que no tenían "más rey que César" (Juan 19: 15), la nación de Israel se retiró irrevocablemente de los alcances del pacto y de la teocracia (DTG 686-687).
Por medio del antiguo Israel, Dios tenía el plan de proporcionar a las naciones de la tierra una revelación viviente de su propio carácter santo (PVGM 228; PR 272-273), y una muestra de las gloriosas alturas que el hombre puede alcanzar cuando coopera con los infinitos propósitos de Dios. Al mismo tiempo permitió que las naciones paganas anduvieran "en sus propios caminos" (Hech. 14: 16), para proporcionar un ejemplo de lo que el hombre puede lograr sin Dios. De este modo, durante más de 1.500 años se llevó a cabo delante del mundo un gran experimento que tenía el propósito de probar los méritos relativos del bien y el mal (PP 324). Finalmente quedó demostrado "ante el universo que, separada de Dios, la humanidad no puede ser elevada", y que "un nuevo elemento de vida y poder tiene que ser impartido por Aquel que hizo el mundo" (DTG 28).

III. El ideal: Cómo había de funcionar el plan
Dios colocó a su pueblo en Palestina, en la encrucijada del mundo antiguo, y le proporcionó todo lo necesario para que pudiera llegar a ser la mayor nación sobre la faz de la tierra (PVGM 230-231). Se había propuesto exaltarlo "sobre todas las naciones de la tierra" (Deut. 28: 1; PR 272-273), como resultado de lo cual "todas las naciones" reconocerían su superioridad y los llamarían "bienaventurados" (Mal. 3:10, 12). Como recompensa por practicar la justicia y los sabios principios celestiales se les prometió prosperidad sin par, tanto temporal como espiritual (Deut. 4: 6-9; 7: 12-15; 28: 1-14; PR 272-273, 519). Esta prosperidad resultaría de la plena cooperación con la voluntad de Dios revelada por medio de los profetas, y de la bendición divina añadida a los esfuerzos humanos (DTG 751-752; cf. PP 215).

El éxito de Israel debía basarse en lo siguiente:
1. Santidad de carácter .
(Lev. 19: 2; ver com. Mat. 5: 48). Sin esto, el pueblo de Israel no estaría en condiciones de recibir las bendiciones materiales que Dios deseaba concederle. Sin esta santidad, las muchas ventajas sólo resultarían en perjuicio para ellos y para otros. Su propio carácter progresivamente debía ser más noble y más elevado y reflejar siempre más perfectamente los atributos del perfecto carácter 30 de Dios (Deut. 4: 9; 28: 1, 13-14; 30: 9-10; PVGM 230-231). La prosperidad espiritual había de preparar el camino para la prosperidad material.
2. Las bendiciones de la salud.
La debilidad y la enfermedad habrían de desaparecer enteramente de Israel si el pueblo se adhería estrictamente a los principios del sano vivir (Exo. 15: 26; Deut. 7: 13, 15; etc.; PP 396-397; PVGM 231).
3. Intelecto superior.
La cooperación con las leyes naturales que rigen el cuerpo y la mente daría como resultado una fuerza mental siempre creciente, y el pueblo de Israel recibiría la bendición del vigor intelectual, de una aguda perspicacia y de un sano juicio. En cuanto a sabiduría y entendimiento estarían muy por encima de las otras naciones (PR 272). Debían transformarse en una nación de genios intelectuales, y al fin la debilidad mental no se conocería entre ellos (PP 396; cf. DTG 767; PVGM 230-231).
4. Habilidades para la agricultura y la ganadería.
Al cooperar el pueblo con las instrucciones que Dios le daba en cuanto al cultivo del suelo, la tierra paulatinamente volvería a la fertilidad y la hermosura edénica (Isa. 51: 3); se transformaría en una lección objetiva de los resultados que se alcanzan al actuar en armonía con las leyes morales y naturales. Finalmente desaparecerían pestes y enfermedades, inundaciones y sequías, y no habría fracasos en las cosechas (cf. Deut. 7: 13; 28: 2-8; Mal. 3: 8-11; PVGM 231-232).
5. Artesanía excepcional.
Los hebreos habrían de adquirir sabiduría y habilidad en todo tipo de artesanía. Demostrarían un elevado grado de genio inventiva y habilidad como artesanos para fabricar todo tipo e utensilios y aparatos mecánicos. Los conocimientos técnicos permitirían que los productos fabricados en Israel fueran superiores a los de todos los otros (Exo. 31: 2-6; 35: 33, 35; PVGM 230-231).
6. Prosperidad sin par.
"Su obediencia a la ley de Dios había de presentarlos como maravillas de prosperidad delante de las naciones del mundo", testigos vivientes de la grandeza y la majestad de Dios (Deut. 8: 17-18; 28: 11-13; PVGM 230-231; DTG 530).
7. Grandeza nacional.
Dios deseaba proporcionar a cada individuo y a la nación todas las facilidades para que llegaran a ser la mayor nación de la tierra (PVGM 230; Deut. 4: 6-8; 7: 6, 14; 28: 1; Jer. 33: 9; Mal. 3: 12; PP 279, 324; Ed 37; DTG 530). Se proponía hacer de ellos una honra para su nombre y una bendición para las naciones que los rodeaban (Ed 37; PVGM 228).
Cuando las naciones de la antigüedad vieran el progreso sin precedentes de los israelitas, se suscitarían su atención y su interés. "Aun los paganos reconocerían la superioridad de los que servían y adoraban al Dios viviente" (PVGM 232). Deseando obtener para sí las mismas bendiciones, preguntarían cómo podrían adquirir también ellos esas evidentes ventajas materiales. Israel les respondería: "Aceptad a nuestro Dios como vuestro Dios, amadle y servidle como lo hacemos nosotros, y él hará lo mismo en favor de vosotros".

"Si Jerusalén hubiese conocido lo que era su privilegio conocer, y hecho caso de la luz que el cielo le había enviado, podría haberse destacado en la gloria de la prosperidad, como reina de los reinos.... como poderosa metrópoli de la tierra" (DTG 529-530), y como noble vid habría llenado de fruto la faz de la tierra (Isa. 27: 6). "De haberse mantenido Israel como nación fiel al cielo, Jerusalén habría sido para siempre la elegida de Dios" (CS 21; cf. PR 32; Jer. 7: 7; 17: 25).

IV. El fracaso de Israel en realizar el plan de Dios
Dios proporcionó a los israelitas "toda clase de facilidades para que llegaran a ser la más grande nación de la tierra" (PVGM 231). Cuando produjo "uvas silvestres" en vez de los frutos maduros del carácter, Dios preguntó: "¿Qué más podía hacer a mi viña que yo no haya hecho en ella?" (Isa. 5: 1-7). No había otra cosa que Dios pudiera haber hecho en favor de ellos; pero a pesar de todo fracasaron. Por no "someterse a las restricciones y mandamientos de Dios", no pudieron "llegar a la alta norma que él deseaba que ellos alcanzasen", ni recibieron "las bendiciones que él estaba dispuesto a concederles" (PP 396).

VII. El Israel espiritual reemplaza al Israel literal
Al rechazar formalmente a Jesús, la nación judía puso fin a su última oportunidad como instrumento especial de Dios para la salvación del mundo. Según las palabras de Cristo mismo, fue "finalmente" a los judíos a quienes Dios "envió a su Hijo", pero ellos lo tomaron, "le echaron fuera de la viña y le mataron" (Mat. 21: 37-39). Después de esto, Dios dio "su viña" (Isa. 5: 1-7) "a otros labradores" que le iban a pagar "el fruto a su tiempo" (ver com. Mat. 21: 41). Cuando se retiró por última vez del sagrado recinto del templo, Cristo dijo: "Vuestra casa os es dejada desierta" (Mat. 23: 38). El día anterior había dicho del templo: "mi casa" (cap. 21: 13), pero en adelante ya no lo consideraría más como su casa. Jesús mismo pronunció sentencia contra ellos: "Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él" (Mat. 21: 43; cf. 1 Ped. 2: 9-10).
En Rom. 9-11 se habla de la transición del Israel literal e histórico al Israel espiritual. Aquí Pablo afirma que el rechazo de los judíos no significaba que las promesas de Dios hubieran fallado (Rom. 9: 6), y explica en seguida que han de hacerse efectivas por medio del Israel espiritual. Cita a Ose. 2: 23: "Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo" (Rom. 9: 25-26). El Israel espiritual incluye tanto a judíos como a gentiles (vers. 24). Pedro concuerda: "En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia" (Hech. 10: 35; cf. cap. 11: 18). Años más tarde Pedro se dirige a "los que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios" (1 Ped. 2: 10), gente que ahora es "nación santa, pueblo adquirido por Dios" (vers. 9). En Rom. 9: 30-31 Pablo afirma la misma verdad al decir que en el plan divino la iglesia cristiana ha reemplazado a la nación hebrea. En adelante ya no habrá más "diferencia entre judío y griego" (cap. 10: 12-13).
Pablo subraya el hecho de que el rechazo del Israel literal como instrumento escogido por Dios para la salvación del mundo no significa que los judíos ya no puedan ser salvos en forma individual (cap. 9: 6; 11: 1-2, 11, 15), porque él mismo es judío (cap. 9: 3; 10: 1; 11: 1-2); pero han de ser salvos como cristianos, y no como judíos. Es verdad -dice él- que la nación de Israel tropezó en la "piedra de tropiezo", que era Jesús (Rom. 9: 32-33; 11: 11; cf. 1 Ped. 2: 6-8; 1 Cor. 1: 23), pero esto no significa que deban caer. "En ninguna manera", exclama Pablo (Rom. 11: 1, 11, 22). Los judíos según la carne todavía pueden hallar la salvación si son injertados en el Israel espiritual, exactamente del mismo modo en que los gentiles deben ser injertados (vers. 23-24). "Todo Israel" está compuesto de judíos y gentiles, y por eso "todo Israel será salvo" (Rom. 11: 25-26; PR 272). Pablo aclara, más allá de toda duda, que cuando habla de "Israel" como pueblo escogido de Dios, emplea el término en este sentido. Dice específicamente que por "judío" no quiere significar un judío literal, sino el que está convertido de corazón, sea judío o gentil (cap. 2: 28-29). Todos los que tienen fe en Cristo son una cosa en el Salvador, y como "simiente" espiritual de Abrahán, son "herederos según la promesa" (Gál. 3: 9, 28-29).
"Lo que Dios quiso hacer en favor del mundo por medio de Israel, la nación escogida, lo realizará finalmente mediante su iglesia que está en la tierra hoy" (PR 526). Las gloriosas promesas que originalmente le fueron hechas al Israel literal están hallando su cumplimiento hoy en la proclamación del Evangelio a todos los hombres (PR 277-278; CS 504; Apoc. 14: 6-7). "Las bendiciones así aseguradas a Israel se prometen, bajo las mismas condiciones y en el mismo grado, a toda nación y a todo individuo debajo de los anchos cielos" (PR 367; cf. 223). "La iglesia en esta generación ha sido dotada por Dios de grandes privilegios y bendiciones, y él espera 38 los resultados correspondientes . . . En la vida de los hijos de Dios, las verdades de su Palabra han de revelar su gloria y excelencia. Mediante su pueblo, Cristo ha de manifestar su carácter y los principios de su reino" (PVGM 238). Ahora le corresponde al Israel espiritual -que antes no era el pueblo de Dios pero que ahora sí lo es- anunciar "las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 Ped. 2: 9-10).
Nunca deberíamos olvidar que "las cosas que se escribieron antes" fueron escritas para la "enseñanza" de las generaciones futuras, hasta el mismo fin del tiempo, con el propósito de inspirar paciencia, consuelo y esperanza (Rom. 15: 4). Fueron "escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos" (1 Cor. 10: 11).
Los profetas mismos no siempre comprendieron con claridad los mensajes que daban con referencia al futuro distante, a la venida del Mesías (1 Ped. 1: 10-11). Esas reiteradas predicciones mesiánicas tenían el propósito de elevar la vista de la gente, de los acontecimientos pasajeros de sus días a la venida del Mesías y al establecimiento de su eterno reino, para que pudieran considerar las cosas del tiempo a la luz de la eternidad. Sin embargo, esos mensajes, que entonces pertenecían al futuro distante, no sólo tenían el propósito de inspirar paciencia, consuelo y esperanza en el momento de ser pronunciados, sino que también debían servir para los hombres del tiempo de Cristo como evidencia confirmatorio de que en realidad él era el Mesías. La profunda convicción de que se habían cumplido los mensajes de los profetas indujo a muchos a que creyeran en Cristo como el Hijo de Dios (DTG 720-721, 740). De este modo los profetas pusieron un firme cimiento para la fe de la iglesia apostólica, e hicieron así una contribución directa y vital a la fe cristiana.
Por lo tanto, los profetas no sólo ministraron "para sí mismos" y para sus contemporáneos, sino también para todas las personas sinceras de generaciones posteriores (1 Ped. 1: 12). Los que son testigos del cumplimiento de la profecía siempre tienen el privilegio de "recordar" y "creer" (Juan 13: 19; 14: 29; 16: 4). Dios determinó que aquellas profecías que la Inspiración aplica claramente a nuestros días, nos inspiran paciencia, consuelo y la esperanza de que todo lo predicho por esos santos varones de la antigüedad pronto hallará su cumplimiento final y completo.

VIII. Conclusión: Principios de interpretación
Por lo general, las promesas y las predicciones del AT estaban dirigidas al Israel literal, y debían haberse cumplido en relación con esa nación, siempre que ella fuera obediente. El cumplimiento parcial de la voluntad de Dios determinó que fuera también parcial el cumplimiento de las promesas que Dios había hecho con respecto al pacto. Sin embargo, muchas de esas promesas, sobre todo las que se refieren a la proclamación del Evangelio a las naciones y al establecimiento del reino mesiánico, no pudieron cumplirse para los judíos debido a su infidelidad; pero se cumplirán en la iglesia antes de la venida de Cristo, especialmente en el pueblo remanente de Dios, y también en la tierra nueva.
Cuando los judíos rechazaron a Jesús como el Mesías, Dios a su vez los rechazó a ellos, y comisionó a la iglesia cristiana como su instrumento escogido para salvar al mundo (Mat. 28:19-20; 2 Cor. 5: 18-20; 1 Ped. 2: 9-10; etc.). Por lo tanto, las promesas y los privilegios del pacto fueron todos transferidos permanentemente del Israel literal al Israel espiritual (Rom. 9: 4; cf. Gál. 3: 27-29; ver com. Deut. 18: 15). Aquellas promesas que todavía no se hubieran cumplido en el Israel literal, no se cumplirían más, o bien se cumplirían en la iglesia cristiana, que sería en adelante el Israel 39 espiritual. Las profecías de esta segunda clase han de cumplirse en principio, pero no necesariamente en todos sus detalles, debido a que muchos detalles proféticos se refieren exclusivamente a Israel como una nación literal situada en la tierra de Palestina. La iglesia cristiana es una "nación" espiritual esparcida por todo el mundo, y esos detalles evidentemente no pueden aplicarse a ella en el sentido literal en que se aplicarían al pueblo de Israel. Las profecías de la primera clase no pueden cumplirse porque eran estrictamente condicionales, y porque por su misma naturaleza sólo se aplicaban al Israel histórico.
El principio básico mediante el cual podemos afirmar con certeza cuándo una promesa o profecía particular del AT, hecha originalmente al Israel literal, halla su cumplimiento con respecto al Israel espiritual, es cuando un escritor posterior e inspirado hace tal aplicación de ella. Por ejemplo, la profecía de la batalla de Gog y Magog (Eze. 38-39) nunca se cumplió en relación con el Israel histórico; pero Juan el revelador nos asegura que, en principio, aunque no con todos los detalles (tales como los de Eze. 39: 9-15), esta batalla se efectuará al final del milenio (Apoc. 20: 7-9). Pero ir más allá de lo que afirma la Inspiración -ya sea en el contexto inmediato del pasaje en cuestión, en el NT o en los escritos de Elena de White- equivale a colocar la opinión personal en lugar de un terminante "Así dice Jehová". En aquellos casos en que la Inspiración no se ha definido claramente, estamos autorizados para comparar los diferentes pasajes entre sí, haciendo un esfuerzo por entender más claramente las ideas del Espíritu. Pero en esto, como en toda exposición bíblica, no deberíamos afirmar que la Biblia enseña explícitamente lo que sólo es nuestra opinión particular y limitada, no importa cuán plausible parezca ser. Además, las profecías del AT deben examinarse en primer lugar a la luz de su aplicación histórica al Israel literal, antes de intentar hacer una aplicación derivada al Israel espiritual.
Uno de los principales propósitos del comentador bíblico es reconstruir el marco histórico dentro del cual fueron hechas las declaraciones originales de los profetas. El cristianismo es una religión histórica y sus mensajes inspirados están arraigados en los cerros y los valles, los desiertos y los ríos del mundo antiguo; y están ligados a hombres y mujeres de carne y hueso que una vez vivieron en la tierra. No hay protección más segura contra las vagas especulaciones de los visionarios religiosos que un claro conocimiento del contexto histórico de las Escrituras.
Aunque el profeta miraba lo que acontecía en su derredor, también podía ver mucho más allá de sus días. De un modo misterioso que sólo Dios conoce, algunas veces las palabras del profeta debían encontrar su cumplimiento en lo que era entonces un futuro distante. Algunas veces tenían que ver no sólo con la época en la cual vivía el profeta, sino también con un día del futuro remoto. Es decir, tenían una aplicación doble. Del mismo modo, las formas en que Dios trató a los hombres en las crisis pasadas se citan muchas veces como ejemplos del trato que dará al mundo en el día final (ver com. Deut. 18: 15). Por ejemplo, los escritores bíblicos emplean el castigo que sufrieron las ciudades de Sodoma y Gomorra, ciudades literales de la antigüedad, para describir los castigos que Dios finalmente traerá sobre todo el mundo.
El estudioso de la Biblia que desee sacar de ella el mayor provecho posible, en primer lugar reconstruirá el contexto histórico de cada pasaje; escuchará al profeta que habla al antiguo Israel, y procurará comprender lo que sus palabras significaron para la gente que originalmente las escuchó. Pero también procurará captar el significado que las palabras del profeta puedan tener para tiempos posteriores, sobre todo para nuestra época. En verdad, esta aplicación secundaria es para nosotros hoy la más importante. Pero sólo teniendo en cuenta el marco del contexto histórico 40 original del mensaje se podrá establecer con certeza su sentido y su valor para nosotros.
Un estudio de los profetas del AT que consista mayormente en tomar pasajes escogidos de aquí y de allá, sacándolos de su contexto histórico y aplicándolos arbitrariamente a nuestros días -como si el profeta hubiera hablado exclusivamente para apoyar nuestra posición-, está lleno de graves peligros. En verdad, este proceder es la principal causa de las caprichosas interpretaciones que caracterizan las enseñanzas de ciertos grupos religiosos.
En esta época, cuando sopla "todo viento de doctrina", es bueno asegurarse de que la comprensión de la profecía bíblica descansa sobre un positivo "Así dice Jehová" (Deut. 29: 29; Isa. 50: 11; Jer. 2: 13; Mat. 7: 24-28; 1 Cor. 2: 4-5, 12-13; Efe. 4: 14; Col. 2: 2-4, 8; 2 Ped. 1: 16; Apoc. 22: 18). Si así lo hacemos, no caeremos en las explicaciones caprichosas que algunas veces se dan de ciertas profecías del AT. Tampoco adoptaremos la explicación puramente literal que presentan algunos expositores referente al retorno del Israel literal a la Palestina literal para gobernar al mundo durante mil años, antes de que termine el tiempo de gracia para los seres humanos. También estaremos a salvo de otras interpretaciones que no son bíblicas, mediante las cuales se aplican alegóricamente a la iglesia todos los detalles de las promesas que originalmente fueron dadas al Israel literal. Estas dos posiciones exageradas distorsionan el sentido evidente de las Escrituras y no permiten que la Iglesia logre una juiciosa comprensión de los mensajes de los profetas.
Como un enfoque seguro para estudiar los pasajes proféticos del AT, se sugieren estas sencillas reglas:
1. Examínese la profecía en su totalidad. Téngase en cuenta quién la presentó, a quién estaba dirigida y cuáles fueron las circunstancias que la motivaron.
2. Obsérvense los aspectos condicionales de la predicción y determínese hasta qué punto esas condiciones fueron cumplidas, si es que lo fueron.
3. Descúbrase qué aplicación le dan a esta profecía los autores inspirados posteriores, y sobre esta base determínese el significado que pueda tener para el pueblo de Dios de este tiempo.
4. Recuérdese que la historia del trato de Dios con su pueblo en el pasado ha sido registrada para beneficio de todas las generaciones posteriores hasta el fin del tiempo.

Si estas reglas se siguen en forma consecuente, la interpretación que se obtenga puede aceptarse con confianza. En esta forma el sincero escudriñador de la verdad encontrará mensajes de inspiración, consuelo y orientación para hoy en los mensajes inspirados de los profetas de la antigüedad.

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