El que tiene oidos, oiga: Lección 8: 22 de Agosto de 2009

sábado, 15 de agosto de 2009

Lección 8: 22 de Agosto de 2009

Amar a los hermanos


Sábado 15 de agosto

El amor de Juan por su Maestro no era una mera amistad humana, sino que era el amor de un pecador arrepentido, que sentía que había sido redimido por la preciosa sangre de Cristo. Estimaba como el mayor honor trabajar y sufrir en el servicio de su Señor. Su amor por Jesús lo inducía a amar a todos aquellos por quienes Cristo murió. Su religión era práctica. Razonaba que el amor a Dios debía manifestarse en el amor a sus hijos. Se lo oyó reiteradamente diciendo... "Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¡cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?" (1 Juan 4: 19,20). La vida del apóstol estaba en armonía con sus enseñanzas. El amor que brillaba en su corazón por Cristo, lo indujo a realizar el más ferviente esfuerzo y la más incansable labor por sus semejantes, especialmente por sus hermanos en la iglesia cristiana.

Juan deseaba llegar a ser semejante a Jesús, y bajo la influencia transformadora del amor de Cristo, llegó a ser manso y humilde de corazón. El yo estaba escondido en Jesús. Estaba íntimamente unido con la vid viviente, y así llegó a ser participante de la naturaleza divina. Tal será siempre el resultado de la comunión con Cristo. Esto es verdadera santificación (Reflejemos a Jesús, p. 84).


Domingo 16 de agosto:
Los dos pasajes de1 amor (1 Juan 3:11-24; 4:7-5:4)

El mayor peligro de la iglesia de Cristo no es la oposición del mundo. Es el mal acariciado en los corazones de los creyentes lo que produce el más grave desastre, y lo que, seguramente, más retardará el progreso de la causa de Dios. No hay forma más segura para destruir la espiritualidad que abrigar envidia, sospecha, crítica o malicia. Por otro lado, el testimonio más fuerte de que Dios ha enviado a su Hijo al inundo, es la armonía y unión entre hombres de distintos caracteres que forman su iglesia. El privilegio de los seguidores de Cristo es dar ese testimonio. Pero para poder hacerlo, deben colocarse bajo las órdenes de Cristo. Sus caracteres deben conformarse a su carácter, y sus voluntades a la suya.

"Un mandamiento nuevo os doy –dijo Cristo– Que os améis unos a otros: como os he amado, que también os améis los unos a los otros" (Juan 13:34). ¡Qué maravillosa declaración! Pero, ¡cuán poco se la practica! Hoy día en la iglesia de Dios, el amor fraternal falta, desgraciadamente. Muchos que profesan amar al Salvador, no se aman unos a otros. Los incrédulos observan para ver si la fe de los profesos cristianos ejerce una influencia santificadora sobre sus vidas; y son prestos para discernir los defectos del carácter y las acciones inconsecuentes. No permitan los cristianos que le sea posible al enemigo señalarlos diciendo: Mirad cómo esas personas, que se hallan bajo la bandera de Cristo, se odian unas a otras. Todos los cristianos son miembros de una familia, hijos del mismo Padre celestial, con la misma esperanza bienaventurada de la inmortalidad. Muy estrecho y tierno debe ser el vínculo que los une.

El amor divino dirige sus más conmovedores llamamientos al corazón cuando nos pide que manifestemos la misma tierna compasión que Cristo mostró. Solamente el hombre que tiene un amor desinteresado por su hermano, ama verdaderamente a Dios. El verdadero cristiano no permitirá voluntariamente que un alma en peligro y necesidad camine desprevenida y desamparada. No podrá mantenerse apartado del que yerra, dejando que se hunda en la tristeza y desánimo, o que caiga en el campo de batalla de Satanás.

Los que nunca experimentaron el tierno y persuasivo amor de Cristo, no pueden guiar a otros a la fuente de la vida. Su amor en el corazón es un poder competente, que induce a los hombres a revelarlo en su conversación, por un espíritu tierno y compasivo, y en la elevación de las vidas de aquellos con quienes se asocian. Los obreros cristianos que tienen éxito en sus esfuerzos deben conocer a Cristo, y a fin de conocerle, deben conocer su amor. En el cielo se mide su idoneidad como obreros por su capacidad de amar como Cristo amó y trabajar como él trabajó.

"No amemos de palabra", escribe el apóstol, "sino de obra y en verdad". La perfección del carácter cristiano se obtiene cuando el impulso de ayudar y beneficiar a otros brota constantemente de su interior. Cuando una atmósfera de tal amor rodea el alma del creyente, produce un sabor de vida para vida, y permite que Dios bendiga su trabajo.

Un amor supremo hacia Dios y un amor abnegado hacia nuestros semejantes, es el mejor don que nuestro Padre celestial puede conferirnos. Tal amor no es un impulso, sino un principio divino, un poder permanente. El corazón que no ha sido santificado no puede originarlo ni producirlo. Únicamente se encuentra en el corazón en el cual reina Cristo. "Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero". En el corazón que ha sido renovado por la gracia divina, el amor es el principio dominante de acción. Modifica el carácter, gobierna los impulsos, controla las pasiones, y ennoblece los afectos. Ese amor, cuando uno lo alberga en el alma, endulza la vida, y esparce una influencia ennoblecedora en su derredor. (Los hechos de los apóstoles, pp. 438-440).


Lunes 17 de agosto:
La "definición" del amor (1 Juan 3:11-16; 4:7-16)

Los seres humanos pertenecen a una gran familia: la familia de Dios. El propósito del Creador era que los seres humanos se respetaran y se amaran mutuamente, y que siempre manifestaran un interés puro y abnegado en el bienestar mutuo. Pero Satanás se ha propuesto interesar a los hombres en primer término en sí mismos, y éstos al ceder a su control han desarrollado un egoísmo que ha llenado al mundo de miseria y lucha, y ha indispuesto a los hombres entre sí.

El egoísmo es la esencia de la depravación, y debido a que los seres humanos han cedido a su poder, hoy se ve en el mundo lo opuesto a la obediencia a Dios. Las naciones, las familias y los individuos están deseosos de convertirse ellos mismos en la figura central. El hombre desea gobernar sobre su prójimo. Al separarse, en su egoísmo, de Dios y de sus semejantes sigue sus inclinaciones desenfrenadas. Actúa como si el bien de los demás dependiera de la sujeción de éstos a su supremacía.

El egoísmo ha introducido discordia en la iglesia y la ha llenado de una ambición no santificada... El egoísmo destruye la semejanza con Cristo y llena al hombre de amor propio. Conduce a un alejamiento continuo de la justicia. Cristo ha dicho: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto" (Mateo 5:48). Pero el egoísmo no percibe la perfección que Dios requiere...

Cristo vino a este mundo para revelar el amor de Dios. Sus seguidores deben continuar la obra que él comenzó. Esforcémonos por ayudarnos y fortalecernos mutuamente. La búsqueda del bien de los demás es el camino por el que puede hallarse la verdadera felicidad. El hombre no obra contra sus propios intereses cuando ama a Dios y a sus semejantes. Cuanto más desprendido sea su espíritu tanto más feliz será porque está cumpliendo el propósito de Dios para él. Así es como respira la atmósfera de Dios, la que lo llena de gozo. Para él la vida constituye un cometido sagrado que considera inestimable porque ha sido dado por Dios para ser empleado en el servicio por los demás (Consejos sobre la mayordomía cristiana, pp. 27, 28).

La belleza del carácter de Cristo se verá en los que le siguen. Era su delicia hacer la voluntad de Dios. El poder predominante en la vida de nuestro Salvador era el amor a Dios y el celo por su gloria. El amor embellecía y ennoblecía todas sus acciones. El amor es de Dios, no puede producirlo u originarlo el corazón inconverso. Se encuentra solamente en el corazón donde Cristo reina. "Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero" (1 Juan 4: 19). En el corazón regenerado por la gracia divina, el amor es el móvil de las acciones. Modifica el carácter, gobierna los impulsos, restringe las pasiones, domina la enemistad y ennoblece los afectos. Este amor alimentado en el alma, endulza la vida y derrama una influencia purificadora en todo su derredor (El camino a Cristo, pp. 58, 59).

La verdadera finalidad del evangelio es desarrollar en los seres humanos un amor santo y supremo por Dios y un amor abnegado los unos por los otros. Esta clase de amor no es solamente un impulso que n0s lleva a ser benevolentes o a practicar la filantropía; es el fruto de un corazón purificado y lavado de toda maldad (Loma Linda Messages, p. 62).


Martes 18 de agosto:
Una crisis de certeza

Cristo nunca debiera estar alejado de nuestra mente. Los ángeles dijeron de él: "Llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mateo 1:21). ¡Qué precioso Salvador es Jesús! Seguridad, auxilio, confianza y paz hay en él. Es el disipador de todas nuestras dudas, la prenda de todas nuestras esperanzas. Cuán precioso es el pensamiento de que realmente podemos llegar a ser participantes de la naturaleza divina, con la que podemos vencer así como Jesús venció. Jesús es la plenitud de nuestras expectativas. Es la melodía de nuestros himnos, la sombra de una gran roca en el desierto. Es el agua viva para el alma sedienta. Es nuestro refugio en la tempestad. Es nuestra justicia, nuestra santificación, nuestra redención. Cuando Cristo es nuestro Salvador personal, anunciaremos las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable...

Cristo murió porque la ley había sido transgredida, para que el hombre pudiera ser liberado de la penalidad de su enorme culpa. Pero la historia ha demostrado que es más fácil destruir al mundo que reformarlo; pues los hombres crucificaron al Señor de la gloria, que había venido para unir el cielo con la tierra, al hombre con Dios (Reflejemos a Jesús, p. 13).

Debe enseñarse la fe, la fe salvadora. La definición de esta fe en Jesucristo se puede hacer con pocas palabras: es el acto del alma por medio del cual todo el hombre se entrega a la guarda y el control de Jesucristo. Por la fe él mora en Cristo y Cristo mora supremamente en su alma. El creyente encomienda su alma y su cuerpo a Dios, y con seguridad puede decir: Cristo es capaz de guardar lo que le he encomendado hasta aquel día. Todos los que hagan esto serán salvos para vida eterna. Habrá seguridad de que el alma ha sido lavada en la sangre de Cristo, revestida con su justicia, y es preciosa a la vista de Jesús. Nuestros pensamientos y nuestras esperanzas están concentrados en la segunda venida de nuestro Señor. Ese es el día cuando el Juez de toda la tierra compensará la confianza de su pueblo (Mente, carácter y personalidad, tomo 2, p. 550).

Hay, gracias a Dios, cuadros más brillantes y halagüeños que el Señor nos ha presentado. Agrupemos las bienaventuradas seguridades de su amor, como tesoros preciosos, para que podamos mirarlas de continuo. El Hijo de Dios abandonando el trono de su Padre, vistiendo su divinidad de humanidad, a fin de rescatar al hombre del poder de Satanás; su triunfo en nuestro favor, abriendo el cielo al hombre, revelando a la visión humana la cámara de la presencia donde la divinidad revela su gloria; la especie caída levantada desde el abismo de la ruina en que el pecado la había sumido, y puesta de nuevo en relación con el Dios infinito, habiendo soportado la prueba divina por la fe en nuestro Redentor, revestida con la justicia de Cristo y exaltada a su trono, éstos son los cuadros con los cuales Dios nos invita a alegrar las cámaras del alma. Y mientras no miremos "a las cosas que se ven, sino a las que no se ven" resultará cierto que "lo que al presente es momentáneo y leve de nuestra tribulación, nos obra un sobremanera alto y eterno peso de gloria" (2 Corintios 4:18, 17) (Joyas de los testimonios, tomo 2, p. 342).

El alma imbuida con el amor de Jesús... gusta de contemplar a Jesús, y contemplándolo, será transformada a su semejanza. Cristo, la esperanza de gloria, se forma en el interior. Su confianza aumenta... y su amor se profundiza y amplía, a medida que tiene la seguridad de que mora en Cristo, y Cristo en él... Y nosotros podemos volvernos a Jesús en busca de su más tierna simpatía y recibir ánimo para perseverar, poniendo toda nuestra confianza en el que dijo: "Confiad, yo he vencido al mundo" (Hijos e hijas de Dios, p. 312).


Miércoles 19 de agosto:
El amor en acción (1 Juan 3:17, 18; 4:19-21)

"Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano" (1 Juan 4:21).

El amor es la base de la piedad. Cualquiera que sea la profesión que se haga, nadie tiene amor puro para con Dios a menos que tenga amor abnegado para con su hermano... Cuando el yo está sumergido en Cristo, el amor brota espontáneamente. La plenitud del carácter cristiano se alcanza cuando el impulso a ayudar y beneficiar a otros brota constantemente de adentro, cuando la luz del cielo llena el corazón y se revela en el semblante...

Relacionados con Cristo, estamos relacionados con nuestros semejantes por los áureos eslabones de la cadena del amor. Entonces la piedad y la compasión de Cristo se manifestarán en nuestra vida. No esperaremos que se nos traigan los menesterosos e infortunados. No necesitaremos que se nos suplique para sentir las desgracias ajenas. Será para nosotros tan natural ministrar a los menesterosos y dolientes como lo fue para Cristo andar haciendo bienes...

La gloria del cielo consiste en elevar a los caídos, consolar a los angustiados... Dios no reconoce ninguna distinción por causa de la nacionalidad, la raza o la casta. Es el Hacedor de toda la humanidad. Todos los hombres son una familia por la creación, y todos son uno por la redención. Cristo vino para demoler todo muro de separación, para abrir todo departamento del templo, para que cada alma pudiese tener libre acceso a Dios. Su amor es tan amplio, tan profundo, tan completo, que penetra por doquiera. Libra de la influencia de Satanás a las pobres almas que han sido seducidas por sus engaños. Las coloca al alcance del trono de Dios, el trono circuido por el arco de la promesa...

Cristo está tratando de elevar a todos aquellos que quieran ser elevados a un compañerismo consigo, para que podamos ser uno con él, como él es uno con el Padre. Nos permite llegar a relacionarnos con el sufrimiento y la calamidad a fin de sacarnos de nuestro egoísmo; trata de desarrollar en nosotros los atributos de su carácter: la compasión, la ternura y el amor (¡Maranata: El Señor viene!, p. 99).

Es imposible que alguno tenga verdadero amor a Dios pero no tenga compasión por sus prójimos. El amor de Jesús en el corazón siempre se revelará en una tierna compasión por aquellos por quienes él pagó un precio tan elevado. "No amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad" (1 Juan 3: 18). No existe tal cosa como un cristiano sin amor, porque el que está unido a Cristo en palabra, en vida y en acción, dará un testimonio viviente de que tiene la mente y el espíritu de Cristo (The Home Missionary, 1º de agosto, 1896).

Jueves 20 de agosto:
El amor y los mandamientos (1 Juan 3:22-24; 4:21 - 5:4)

La justicia es la práctica del bien, y es por sus hechos por lo que todos han de ser juzgados. Nuestros caracteres se revelan por lo que hacemos. Las obras muestran si la fe es genuina o no.

No es suficiente que creamos que Jesús no es un impostor, y que la religión de la Biblia no consiste en fábulas arteramente compuestas. Podemos creer que el nombre de Jesús es el único nombre debajo del cielo por el cual el hombre puede ser salvo, y sin embargo, no hacer de él, por la fe, nuestro Salvador personal. No es suficiente creer la teoría de la verdad. No es suficiente profesar fe en Cristo y tener nuestros nombres registrados en el libro de la iglesia. "El que guarda sus mandamientos, está en él, y él en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado". "Y en esto sabemos que nosotros le hemos conocido, si guardamos sus mandamientos". Esta es la verdadera evidencia de la conversión. No importa cuál sea nuestra profesión de fe, no nos vale de nada a menos que Cristo se revele en obras de justicia (Palabras de vida del Gran Maestro, p. 254).

La ley de Dios es la transcripción de su carácter. Los que profesan guardarla pero no aman a Dios con todo su corazón, su alma, su mente y sus fuerzas, no guardan los primeros cuatro mandamientos ni los seis últimos. "Por sus frutos los conoceréis". El verdadero amor a Dios se revela siempre; no se puede esconder. El que verdaderamente guarda los mandamientos revelará el amor que Cristo mostró por su Padre y por sus semejantes, porque el corazón en el que mora Jesús mostrará su carácter y sus obras en favor de aquellos que necesitan conocer el evangelio. Mostrará los frutos de su fe en palabras de ternura y obras de misericordia.

Los cristianos deben mostrar que su conocimiento de la ley de Dios no es sólo teórico, sino que es un principio viviente; deben mostrar que la ley está escrita en sus corazones. De esta manera podrán representar a su Redentor, porque tendrán su mente y harán sus obras (Signs of the Times, 8 de agosto, 1900).


Viernes 21 de agosto:
Para estudiar y meditar

Los hechos de los apóstoles, pp. 452, 453.

Bendiciones

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